Archivos de la categoría ‘Preproducción’


 

Juan Manuel, hace de Arturo

Juan Manuel, hace de Arturo

Uno piensa que ya está de vuelta de todo. Cree que lo tiene todo controlado, que nada le puede fallar. Se ha aprendido en cuestión de segundos la frase que le han asignado para el casting. Presume de poseer una buena memoria. Es capaz de recitar con una buena modulación de voz y con una excelente dicción hasta una veintena de poemas. Tiene experiencia sobrada en hablar en público. Ha sido presentador de distintos eventos micrófono en mano. Y te colocan ante una cámara inquisitiva que va a registrar hasta lo más mínimos detalles de tu ser: tus gestos, tu expresión, tu mirada, tu sonrisa, tus arrugas, tus carencias, tu alma… Y te sientes desnudo, cohibido, nervioso, sudoroso, agitado, descontrolado. Estás ante el gigantesco ojo del Gran Hermano al que nada de tí se le escapa; estás inerme, vigilado, controlado empequeñecido… ¿Qué hacer? ¡Echarse a temblar! El objetivo de la cámara se muestra implacable y tú balbuceas la dichosa frase como un niño tembloroso al que le empiezan a oler los pañales. Te has desmoronado y la cámara te ha puesto en tu sitio: no eres perfecto; te queda mucho que aprender.

Juan Manuel Suárez


Dicen que Frank Sinatra era capaz de grabar un disco entero en una sola sesión, a la primera y sin haber ensayado las canciones antes. Pero es que Frank Sinatra era un monstruo de la canción. Seguramente nuestros actores también lo sean de la interpretación, pero nosotros, por si acaso, hemos decidido ensayar las escenas antes de rodarlas.

Hay una regla muy clara en el cine: el actor no puede mirar a la cámara, porque es como si mirase al espectador directamente. Esto se cumple casi siempre, a no ser que se pretenda crear una complicidad entre el personaje y el espectador, como si el personaje supiera que le están mirando. Pero este recurso se usa poco.

La cámara intimida una barbaridad a quien no está acostumbrado a ella. Es como Polifemo, el cíclope, mirándote con su único ojo. Y eso impone. Así que nuestros actores, todos ellos sin experiencia previa con la cámara, están muy pendientes de ella. Intentan no estarlo, pero de vez en cuando se les escapan miradas fugaces a la lente. Pero, aunque son fugaces, en pantalla se notan mucho. Y es lo que más hemos trabajado en los ensayos.

Lo cierto es que habíamos previsto 25 jornadas de ensayo, en sesiones de mañana o tarde. Pero viendo el nivel interpretativo que han ido demostrando, las hemos reducido y no hemos hecho ni la mitad. Algunas se han planteado a nivel personal, para explicarle al actor las motivaciones del personaje y cómo queríamos la interpretación, aunque ellos han aportado también sus ideas. Otras en grupo. Ha habido hasta ensayo con los figurantes.

Lo bueno es que hemos grabado la mayoría de los ensayos y nos han hecho ver qué partes funcionan mejor y qué partes hay que matizar. Incluso nos han permitido probar tiros de cámara no previstos y que aportan más dinamismo a algunas escenas.

Es que es ensayo también para nosotros.

¡Qué ganas tenemos ya de empezar!


El cartel de Los Cuentos de la Taberna del Escocés con casi todo el elenco

El cartel de Los Cuentos de la Taberna del Escocés con casi todo el elenco

Toda elección requiere descartar todas las posibilidades hasta quedarse con una.

Eso es lo que se hace en un cásting: descartas actores para los diferentes papeles. Es inevitable. Y, quizá, ese sea un momento crítico para la película. Siempre queda la duda de que el elenco seleccionado sea realmente el mejor para interpretarla. Y no ya porque llegado el momento no lo hagan bien, sino porque no haya química entre ellos.

Hasta el momento he participado en dos cástings y, al finalizar la reunión de elección de actores, siempre me ha asaltado la misma duda: ¿Serán los mejores? En La Taberna del Escocés tuvimos mucha suerte, ya que los actores elegidos como primera opción nos digeron que sí. Y, a la postre, se demostró que había química entre ellos y no defraudaron a nuestras espectativas, sino todo lo contrario.

¿Pasaría lo mismo en LC33?

Así que no es de extrañar que la mañana en que hicimos la primera lectura de guión tanto mi hermano como yo fuéramos con cierto nerviosismo. Porque, para empeazar, escucharíamos las voces de nuestos personajes, veríamos el ritmo del corto y, sobre todo, veríamos si había química entre ellos. ¡Qué nervios!

Supongo que las carcajadas que nos provocaron durante la lectura terminaron por dinamitar los nervios.

¡Tenemos elenco!


Una vez creados los personajes hay que situarlos en el escenario. Una película no es como el teatro: los escenarios, en general, son lugares reales. Y muy concretamente en esta película, que cuenta con un presupuesto tirando a bajo, muy bajo, no tendremos posibilidad de construir un decorado. Así que nos ha tocado recorrernos las calles de Pinto, buscando localizaciones. Por suerte también contamos con muchas dependencias municipales para elegir.

Para que os hagáis una idea de la magnitud del proyecto, en “Los Cuentos de La Taberna del Escocés”, nuestro anterior trabajo, contamos con cinco localizaciones. Dos de ellas eran un bar de verdad. Otra, una nave industrial donde colgamos una enorme tela azul y que al final se convirtió en los “exteriores”, el baño de una asociación de niños disminuidos de Parla, y por último, la parte de abajo de casa de mis padres. Y, todo ello, por la magia del cine, se transformó en una taberna portuaria.

En esta última película contaremos con 23 localizaciones. Efectivamente: 23. Que se dice pronto. Una locura de transporte y montaje de material. Y contando con muchos exteriores, un continuo mirar al cielo: porque marzo no es precisamente un mes tranquilo, en lo meteorológico.

Cuando se usa una localización no se suele ir y grabar nada más. Que va. Hay que situal las luces principales, la luz de relleno y la luz de corte. Montar la grua (si procede), los rieles para la dolly (si procede), tripodes, pértiga de sonido… Añadir los elementos necesarios para la hitoria, decoración y atrezo. Hay que montar la mesa de sonido, los sets de maquillaje, de vestuario y, cómo no, el catering.

Y todo esto en 23 lugares diferentes.

Podéis echar un ojo a algunas de ellas en las fotos y luego, cuando veáis la película, jugar a descubrirlas en la pantalla.

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Los actores son una parte muy importante de una película. Un buen director, con un buen guión, puede hacer una malísima película si tiene malos actores. Por el contrario, un mal director, con un buen guión, puede salvar el producto final si tiene buenos actores. Así que elegir a unos buenos actores es crucial (porque está por ver que seamos buenos directores). Y para eso se inventó el cásting, o como se dice en castellano: la audición.

Dadas las premisas desde las que partíamos para esta película, teníamos que buscar un gran número de actores. No sólo tenemos el papel de Teresa y de Mariano, como protagonistas, o de Ramón como elemento de discordia. Necesitábamos un nutrido grupo de secundarios: Arturo, el militar de carrera; Dolores, la amiga “picantota”; Vicente, el pelota; Juana, la entrañable abuelita… y así, hasta llegar a quince.

El Ayuntamiento reservó una tarde el teatro municipal, que será también donde se estrene el cortometraje cuando lo terminemos, para que los mayores apuntados hicieran la prueba. Y nosotros teníamos dos misiones esa tarde: encontrar a nuestro elenco de actores y, también, hacerles pasar un rato divertido.

Ellos no sé si se lo pasaron muy bien, entre otras cosas porque la mayoría estaba muy nervioso y muchos no se sabían el papel demasiado bien. Pero yo he de admitir que me lo pasé estupendamente. Y ya no sólo por las entrevistas en la radio y en la prensa escrita, ni tampoco porque viniera Telemadrid y nos grabaran en directo. Sino porque los mayores se involucraron y quedó un casting ameno.

A falta del vídeo de Madrid Directo, que hemos pedido y han prometido mandar en DVD, os dejo con una gran película, llena de secundarios de lujo (y que demuestra que la elección de actores es fundamental).


El cine es como un cómic en movimiento. Y, salvo en el caso del cine iraní, vietnamita o bengalí que podamos ver por aquí, incluso tiene mucho menos que leer. Pero, en esencia, una película se puede llevar al cómic, y al revés. Vale que el cine es más rico en matices, pero un cómic te lo puedes meter en el baño.

Una vez que se tiene el guión “literario” más o menos terminado, partiendo del hecho de que un guión nunca se termina del todo, hay que transformarlo en imágenes. A medida que íbamos escribiendo también íbamos pensando en planos y en movimientos de cámara. Digo íbamos, pero esa parte caía más en el lado de mi hermano.

El guión literario tiene una cosa muy curiosa. Dice, por ejemplo: “TERESA se sienta. MARIANO la mira desde lejos”. Y eso se transforma en tres planos: el primero, plano medio, donde se ve la silla desde el frente, las amigas de Teresa ya sentadas mirando como se empieza a sentar Teresa; otro, un primer plano, la cara de Mariano; y un tercero, general para situar la acción dentro del espacio, donde se ve parte de la cabeza de Mariano desde detrás y Teresa terminando de sentarse.

Y esto implica otro montón de cosas: dónde se va a poner la cámara (si hay hueco físico en la localización o hay que “trampear”), si hace falta o no una grúa o una dolly (un carrito con ruedas donde va apoyada la cámara, mientras el “maquinista” empuja o tira a la orden de ya), los objetivos a usar, la iluminación, el atrezo, los figurantes que aparecen… y esto hay que hacerlo ¡por cada plano!

Para que os hagáis una idea, en un día de trabajo normal de una película, se ruedan entre quince y veinte planos. La escena más complicada de nuestra producción, la escena número 15, tendrá más de 60. Pero nosotros sólo tendremos dos días para rodarla. Ya os dije que la escena número 15 saldría más veces en el blog…

Una guía fundamental para no perderse entre tanto plano es el storyboard (el guión gráfico), que es grosso modo una recopilación de los planos dibujados en un papel uno detrás de otro. El story puede ir desde un conjunto de bolitas con ojos hasta algo más sofisticado. Nosotros, por suerte, contamos con un gran dibujante. Y estos son algunos de los planos con los que contamos ya:

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Por cierto, no intentéis sacar un argumento de los dibujos.


Nunca he tenido miedo a hablar en público. Una vez, de pequeño, me subí a un escenario a contar el chiste de mis tetas a un auditorio repleto de gente, y eso marca para el resto de la vida, para bien o para mal. Yo me sé las tres reglas básicas para controlar los nervios:

  • Beber un buen trago de agua antes de subir al escenario.
  • Aguantar la respiración durante 20 segundos antes de comenzar.
  • Aflojar el esfínter durante la charla.

Y luego, ser yo mismo. Mano de santo, oiga.

Cuando llegó el momento de hacer la presentación del proyecto ante los principales interesados (o sea: los mayores de Pinto) tenia estas tres normas en la cabeza. El evento sería en el centro de Mayores de Santa Rosa de Lima, en Pinto, y cuando llegué estaba todo preparado, con presentación Power Point incluida. Su escenario, su micrófono, su proyector… no se reparó en gastos.

No estaba confirmado, pero a final, el mismísimo alcalde de Pinto presentó el acto, ante un auditorio lleno. Estaba hasta la mamá de los directores. En los veinte minutos que habló el señor alcalde contó todo el proyecto, así que, cuando me pasó el micro para que yo hablara, dije:

Y no tengo nada más que añadir.

La gente aplaudió. Claro que no era cierto: sí que tenía más cosas que añadir.

Entre mi hermano y yo les contamos un poco por encima cómo se hace una producción, los pasos que hay que seguir y en qué momento nos encontrábamos. Les emplazamos a un día de enero próximo para el casting y les indicamos cómo tenían que prepararse las pruebas.

Luego vinieron las preguntas. Y un señor nos ofreció dos vespas y un descapotable, por si nos valían para la película.

Ocurrió otro hecho importante poco antes de la presentación. Una redactora de la cadena 8 Madrid Sur me llamó para concertar una entrevista en la tele con mi hermano y conmigo.

Pero eso lo contaré otro día. Ahora os dejo con el vídeo con el que terminamos la presentación. El último trabajo de Fuera de Contexto:

 


Siempre he pensado que el título de una película, de un relato, de un post de un blog… cualquier título tiene que enganchar. Es como el titular de una noticia. Algo que capte el interés y haga seguir leyendo. En un país que produce cientos de cortometrajes cada año destacar es complicado. Y el título puede hacer que, al menos a priori, la gente se fije en nosotros. Porque un cortometraje puede ser bueno pero, si no se ve, es como el que tiene un tío en Cuenca.

Teniendo más o menos el argumento pensado, el título tenía que ser sencillo. Y así, a priori, se nos ocurrió uno: Por el artículo 33. Como veis, se parece un poco al nombre del blog. Tener un número en el título da juego a la hora de hacer el cartel y, la verdad, el 33 es un número bonito. Más que el 12, por ejemplo, o el 9. Además, está el tema de que, en esencia, el protagonista del corto quiere hacer algo y se hará sí o sí. O sea, se hará por el artículo 33.

Pero no tiene demasiada fuerza.

Hablando de esto con un amigo, que participa en el corto en el departamento de producción, me propuso otra alternativa: Los cojones 33. El significado de la frase es el contrario (viene a ser un no muy rotundo), pero para la trama de la película va bien, tiene la fuerza que al otro título le falta y contando además con el 33, tan jugoso para el cartel. Y se da la circunstancia de que, además, es una frase que suelo decir yo con bastante frecuencia (aunque no era consciente de ello).

A mí me encantó. Y a mi hermano también.

Pero no al productor. O sea, a él sí, pero siendo el representante del ayuntamiento, y en estos tiempos que corren en los que hay que  ser políticamente correctos, la alusión a los genitales masculinos no le parecía del todo apropiada. Aún así, sin tener un título alternativo, conseguimos arrancarle una posibilidad: se dejaría elegir a los mayores que participen en la película, dándole tres alternativas:

  • Los cojones 33 (el que más nos gusta)
  • ¡Órdago! (porque el mus tiene algo que ver en la trama)
  • Por el artículo 33 (el original)

¿Vosotros con cual os quedaríais?


Llegó el momento de la reunión y no teníamos un argumento. Teníamos dos.

Por un lado estaba mi idea. Reconozco que no era demasiado brillante, que todo hay que decirlo. Se trataba de hacer una especie de homenaje (o sea, un sablazo en toda regla), del éxito de todos los tiempos «Grease». El título que había pensado era «Gris» y, básicamente, consistía en un abuelo y una abuela que se conocían en Benidorm en un viaje del IMSERSO y que se enamoraban, sin saber que los dos eran del mismo pueblo (esta parte estaba sin pulir, como puede verse). Aunque el punto fuerte era que se trataba de una especie de musical. Por alguna razón, ver a un montón de mayores cantando y bailando nos hace gracia a todos. Lo cierto es que podría haber sido divertido.

Por otro lado estaba el argumento de mi hermano, el que a la postre se llevó el gato al agua. Dos grupos de mayores que se disputan la posesión de un bien y que, al final, la lucha se les va de las manos. Más escueto, más fácil de realizar y, sobre todo, con la posibilidad de ampliar mucho el abanico de posibilidades de participación por parte de los mayores.

Lo bueno es que, momentos antes de iniciar la reunión con el Productor Ejecutivo, hicimos una especie de mix de las dos historias. El peso de la trama sería el argumento de la disputa pero, además, incluíamos un baile final al más puro estilo Bollywood.

Ni que decir tiene que al productor le encantó el argumento. Sobre la marcha fuimos improvisando los gags, incluso el mismo Productor sugirió alguno (¿Un fantasma? ¿Dónde coño ponemos un fantasma?). Faltaban algunos detalles casi sin importancia, pero lo fundamental estaba encima de la mesa. El ayuntamiento de Pinto ayudaba con la logística y buscaba la financiación en empresas privadas, y nosotros nos encargábamos de preparar la historia y las acciones preliminares de pre producción. Eso sí: todo tenía que estar empaquetado en 20 minutos y, sobre todo, listo para su extreno el mes de abril, en el Teatro Francisco Rabal de Pinto. El teatro grande.

La historia estaba (más o menos) en la cabeza, pero… ¿podríamos escribirla?


Todo comenzó con una llamada de teléfono a una hora tardía de la noche, lo suficientemente tardía como para suponer que no era una teleoperadora ofreciendo una oferta de ADSL; o un crédito personal preconcedido del banco amigo, a un tipo de interés más de primo que de amigo. Era mi hermano.

Me empezó a contar el contenido de otra llamada de teléfono que había tenido él segundos antes y que, de alguna manera, me incumbía. Resumiendo: el ayuntamiento había pensado en organizar una actividad para los mayores del pueblo. Una actividad diferente y lo suficientemente original como para llamar su atención. Y habían pensado en nosotros para dirigirla.

La actividad era, como no, realizar un cortometraje en el que los mayores del pueblo participaran activamente, tanto delante como detrás de la cámara. Algo que, sin duda, nunca se ha hecho antes.

«¿Tú te apuntarías?», me preguntó mi hermano. Yo me apunto a un bombardeo.

Quedábamos emplazados a una reunión con el ayuntamiento dos días después, para entrar en detalles y para, si se podía, establecer el argumento de la película.

Y nos pusimos a pensar…